Opinión de Pablo Rota sobre la metodología en una escuela de fútbol
En el itinerario que marca la hoja de ruta de crecimiento y evolución de un entrenador de fútbol base, se originan constantemente objetivos de mejora continua en un ciclo sin final, retos que se engendran desde la reflexión y que provocan una cuestión común de múltiples respuestas. ¿Por dónde empezamos?
Es en esta causa donde nos encontramos con las primeras interferencias contextuales obviando el origen de nuestra “atmósfera”.
En más de una ocasión, lo superfluo anestesia a lo esencial y obstinarse es el primer reflejo inconsciente. No tratamos de comprender lo ecológico y miramos al lado opuesto de la raíz de la que emana la verdadera propiedad.
La responsabilidad de ayudar al desarrollo de un futbolista procede de la acción, del juego que requiere un continuo y constante objetivo de discernir a través de una sucesión perceptiva, es ahí precisamente en esa existencia inherente a la práctica, donde nuestros formadores tienen que estar preparados de manera exhaustiva.
La previsión, la astucia y la prudencia definen conceptualmente a la palabra sagacidad, un término que engloba las características principales que deben de desarrollar nuestros jugadores en sus roles funcionales. Prever para anticipar, engañar para no ser previsibles y ser conscientes de que no todo vale, les facilitará su evolución y desarrollo.
Partiendo del precepto de que el juego es indivisible, sintetizar nos ayuda a analizar y a focalizar en los elementos que forman parte del sistema complejo. ¿Por qué suceden los acontecimientos?, ¿cómo se producen?, ¿qué lógica interna los correlaciona?
Al fin y al cabo, los momentos del juego sucedidos por instantes, persiguen la proliferación de ventajas mediante el “saber” jugar y es en la consecución de esas ventajas y en la neutralización de las mismas, donde debemos de poner la lente que amplíe los detalles.
Hay una relación entre el niño que dispone por primera vez del balón en el pie y el profesional que llena estadios, ambos ejecutan. La diferencia exorbitante reside en el nivel cualitativo de esa relación con el esférico y las intenciones que ambos tienen. Enseñar a través del jugar exige entender de ¡cómo ejecutar! y con ¡qué intención! en un escenario contextual que crece a través de la función de colectivizar.
La demanda integral colectiva en los diferentes momentos del juego, reclama la fina observación e identificación (por parte de los entrenadores) de condicionantes, características y posibilidades de cada uno de los comportamientos vivenciados en las diferentes fases del juego. Adquirir esta capacidad otorga una de las llaves principales, que sirve como recurso facilitador permitiendo guiar al futbolista en su camino. Todo esto queda muy lejos de expresiones vacías como, “que se la pasen” o “dejemos que sean los protagonistas”. Estando completamente de acuerdo con estas dos ideas, se puede caer en el “ostracismo competencial” si no se es capaz de identificar acciones para ajustarlas o potenciarlas, al mismo tiempo que efectivamente, los jugadores son protagonistas y se la pasan.
Por citar algún ejemplo, cuando manejamos la pierna alejada, la pared o la distancia de relación, es necesario prestar atención a contenidos estructurales a los cuales se ha de aplicar una didáctica correspondiente. Perseverar en unas ejecuciones adecuadas y atender en profundidad al comportamiento de rival, las trayectorias, la activación de los apoyos, la direccionalidad, la aceleración, los perfiles, los espacios, los giros y demás puntos clave, permitirá trabajar con un nivel adecuado para la emergencia de un aprendizaje significativo. Al igual ocurre con los roles funcionales citados anteriormente, entendiendo desde “el todo”, que poseedor, receptores potenciales, jugadores fijadores y compensadores, deben de ser constantes en la actividad racional e intuitiva de permanecer interconectados cuando se dispone del balón, en que activen el impulso tan necesario en los momentos de transición, o que de manera antagónica, en fase defensiva, los cercanos, intermedios y alejados, fluctúen en competencias y gestionen trayectorias y desplazamientos para activar una serie de comportamientos específicos, en unas zonas determinadas de intervención, con el fin de impedir y neutralizar una serie de relaciones.
La complejidad de todo esto está en el ¡cómo! y para ello no hay recetas mágicas sino diferentes caminos, que se preocupan por la ascendencia del juego. El jugar no da tregua, siempre vive acompañado del timing, ese concepto que incumbe al espacio y al tiempo y que es condicionado de manera perpetua por la oposición, la colaboración y la disposición del balón. “Todo ocurre muy rápido”, aunque en ocasiones no debería, la precipitación causa en mayor o menor medida ese atropellamiento y esa poca claridad. La incumbencia primera de discernir acciones (patrones bien o mal adquiridos) recala en aquellos que han de transmitir conocimiento, solo de esta manera, trabajaremos con la conciencia de que la responsabilidad del futbolista es adquirir jugando y la del entrenador la de guiar comprendiendo. Ese cometido de comprender, nos permite algo fundamental en nuestro trabajo como docentes, analizar si el jugador ha comprendido lo ocurrido, interpreta lo que sucede en el momento y anticipa lo que pueda acontecer.
No me gustaría concluir sin recordar la importancia de atender a los requerimientos estructurales de los futbolistas adaptándonos a las diferentes etapas evolutivas, conociendo sus estados emocionales y optimizando sus capacidades condicionales, todo ello de una manera coordinada e integrada.
Mientras tanto, ya se encargará el fútbol y su lado salvaje, de mostrarnos esa ración incontrolable, no pronosticable y oscilante que tanto atrae y tanto repercute.
¡Qué la suerte os acompañe! y, sobre todo, procurad que os encuentre trabajando.
Pablo Rota. Responsable Área Metodología Escuela Levante U.D.