MIS CURSOS

Negarse a entrenar, una herida abierta entre jugadores y afición.

Este domingo Tottenham y Manchester City se enfrentaron en su primer partido de Premier  League con una ausencia destacada, Harry Kane. El jugador es ahora mismo objeto de  discordia entre ambos clubes. El City quiere ficharlo y el Tottenham retenerlo. Kane ha tomado  parte activa en el conflicto, porque se quiere ir. Los Spurs se han convertido en un club extraño, de tamaño inadecuado. Es un club grande en infraestructuras y economía, pero no lo  suficiente para competir con los que están solo un escalón por encima suyo en este ámbito y,  sobre todo, ha sido un club incapaz en el último año de estar a la altura de esta dimensión en  el campo. Kane tiene 28 años y sabe que es ahora o nunca. Se le acaba de escapar la Eurocopa  en un suspiro y quiere levantar un trofeo. Sabe que en Manchester es más probable que en  Londres conseguirlo. 

El punto clave del conflicto vino cuando el jugador se negó a incorporarse a los  entrenamientos de su (de momento) actual equipo al regreso de las vacaciones, cosa que en el  Tottenham es casi tradición. Gareth Bale ya se había negado a entrenar en 2013 para forzar su  salida al Real Madrid y lo mismo había hecho solo un año antes Luka Modric para fichar por el  mismo equipo. A ambos la estrategia les dio resultado, es lógico pensar que lo mismo pasará  con Kane.  

 

Kane es el referente en el ataque de Inglaterra y Guardiola quiere juntarle con sus compañeros de ataque de selección en Manchester.

Esto, evidentemente, ha causado una gran decepción entre los aficionados londinenses, que  ven como el líder del equipo recurre a la indisciplina como método de presión. Poniéndome en  su lugar, no puedo sino entenderlos. Debe causar una frustración enorme trabajar ocho, diez o  doce horas al día para poder pagarte un abono de temporada de tu equipo, cada vez más caro,  y ver como el jugador que creías que representaba los valores del mismo no acude a su trabajo  para poder marcharse a otro club. Es lógico pensar que esos aficionados, que son de su club  porque los representa más allá del propio juego, que sienten una comunión total con sus  colores y sus jugadores, ya no verán en Harry Kane el líder que podían ver a finales de mayo. 

Otra pregunta que cabe hacerse es si queremos todos, ya no solo los aficionados del  Tottenham, un fútbol en el que el poder de un solo futbolista es tan grande, más teniendo en  cuenta que el nuestro se trata de un deporte colectivo. Un fútbol en el que se hacen  comunicados de despedida un día y comunicados de bienvenida el siguiente, como si los  jugadores hubiesen recibido un golpe en la cabeza tan grande camino de sus nuevos clubes, que una amnesia abrumadora borrase todo lo que sentían por el otro equipo tan solo unas  horas antes. Si esto ya es complicado de asumir para un adulto, que siente su club como parte  de su identidad, imaginemos lo que siente un niño, que todavía no ha aprendido a gestionar  sus emociones y que, de actitudes como la de Kane, suele sacar la desastrosa conclusión de  que no hay nada más efectivo que un berrinche para hacer valer sus intereses. 

El jugador emitió unos días después un comunicado, tratando de arreglar las cosas, en el que  declaraba que nunca se había negado a entrenar y que se sentía traicionado, ya que tenía un  acuerdo “de caballeros” con Daniel Levy, máximo responsable del club londinense. Si alguien  ha visto el documental que hace algo más de un año Amazon estrenaba sobre el Tottenham,  habrá percibido en el lenguaje corporal de Kane y Levy que su relación es tan fluida como un  granizado de hormigón, lo que hace pensar que Levy, lejos de tener un pacto, lo que tiene es la  

intención de sacarle al City la máxima cantidad de dinero posible; cuestión totalmente 

comprensible, ya que el equipo de Manchester no parece tener reparo en seguir subiendo su  oferta hasta límites insospechados. 

Kane quiere juntarse con varios de sus compatriotas en el equipo del Manchester City.

Puede ser que Kane realmente crea que tenía dicho pacto, nunca lo sabremos. Puede que sea  en parte legítimo que luche por lo que quiere, si lo que quiere son títulos o irse al City o una  extraña mezcla de las dos cosas. A lo que no parece tener derecho es a decir, en ese mismo  comunicado, que no quiere hacer daño a la afición o a declarar amor al club, porque solo  agranda la herida ya abierta entre los fans y el propio jugador. Dice Lorenzo Silva en una  novela llamada El mal de Corcira, que las formas solo carecen de importancia para el que ya las  ha perdido y las formas, en este caso, no parecen haber sido las mejores por ninguna de las  partes.  

Yo, coincidiendo con un artículo que Brian Phillips publicaba hace unos días en The Ringer, lo  que tengo claro es que el relato de Kane como el mejor delantero inglés de la última década  luchando por llevar al Tottenham a levantar un trofeo (aunque fuese la Carabao Cup) es  mucho más atractivo que Kane, el mejor delantero inglés de la última década, entrando en el  minuto 65 de cuartos de final de Champions League para ganar títulos que el City hubiese  ganado con o sin su presencia. Solo hay que recordar lo que nos emocionó ver a Mahrez  levantar la Premier con el Leicester y lo aburridamente habitual que ha sido verle celebrar el  mismo título con el City. Por otra parte, y es algo que vemos en otros equipos, acumular  jugadores que eran protagonistas en sus clubes de media tabla hace que su figura se diluya en  una constelación de estrellas que pueden cegarse mutuamente con su brillo. El exceso de  talento también produce atrofias en el buen funcionamiento de un equipo, aunque bueno, yo esto lo sé solo de oídas.